Salir del modo básico


Escuchaba hace poco un audio en IVOOX sobre la necesidad que tenemos los seres humanos de no estar permanentemente en “modo básico”. Este estado es el que nos lleva a las personas a estar en alerta, preparados para la respuesta rápida -incluso violenta- ante cualquier situación de nuestro entorno que consideremos peligrosa para nuestra vida o para nuestros intereses. Relataba el autor que es muy fácil entrar en este estado, y ponía como ejemplo nuestras reacciones cuando vamos conduciendo con nuestro vehículo.

Ya sabes de lo que estoy hablando: conduces tu vehículo tranquilamente, alguien de repente hace una maniobra que nos asusta, te sube la bilirrubina, te vuelves, pitas y ¡ay! como el otro te conteste o te pite ya se ha montado. Es cierto que algunas personas tienen más facilidad en caer en el modo básico y otras tienen más control cognitivo.

En la política el gran problema con el que nos encontramos en este momento, es que parece que siempre estamos en modo básico. Es decir, siempre alerta, siempre en tensión, cualquier mínimo detalle o ataque suele tener una reacción virulenta, sin ir al fondo, sin ir a la raíz, sin reflexión, sin debate, sin contraposición de ideas, sin atender a lo importante.

Sobre esta cuestión tiene mucho que ver el propio sistema de comunicación en el que nos movemos, en el que las respuestas tienen que ser rápidas, en el que apenas tienes tiempo para pensar, en el que prima más el espectáculo que el contenido, la imagen, el color, la rapidez, la tensión, la emoción, el enfrentamiento, el grito, etc. Todo esto moviliza más las audiencias y los clics. Un sistema comunicativo en el que, en el fragor de las redes sociales, lo más valorado es el “Zasca”, la búsqueda de la frase corta y lúcida que deje en la más absoluta miseria al contrario. Pues esta es la realidad en la que vivimos, la que fomentamos, y quienes trabajamos en el ámbito de la comunicación política poco o nada hacemos en enmendarlo, por lo que poco derecho tenemos a quejarnos.

En un ensayo que elaboré hace unos años sobre comunicación política, ya me preguntaba si fueron los propios medios de comunicación, y ahora la influencia total de la redes sociales, o es el sistema político el que quiso utilizarlos los medios  a su alcance para influir políticamente a través de algo que la psicología social ya había dejado evidente a través de muchos estudios: nos llama más la atención el conflicto que el acuerdo.

Por eso a veces me sorprenden no solamente lo grueso de las acusaciones, o la utilización de las mentiras y las tergiversaciones por parte de la política en algunos debates, sino también me sorprende como hay medios de comunicación que hacen de cualquier mínima desavenencia un conflicto o un drama de alcance interplanetario. Una desavenencia se vende como una ruptura; una posición diferente, se vende como una guerra, o un pequeño fallo o error, se presenta como un letal fracaso.

Y me vuelvo a preguntar si eso tiene arreglo. Es cierto que empieza a verse la luz desde los propios medios de comunicación que están lanzando programas o proyectos en los que la verdad es la principal baza, sacando los colores a más de uno que intenta tergiversar, adaptar o cambiar la realidad en función a sus intereses.

Me alegra pensar que hay gente que sigue pensando que mentir debe salir más caro: ahora sale demasiado barato. Y también, por pedir que no sea, nos faltarían programas, o proyectos, para profundizar más en aquellas propuesta y elementos que nos son comunes y, por lo tanto, propiciadores de pactos y el acuerdo político, que no andar siempre pregonando en voz alta cualquier pequeña desavenencia. Sé que es difícil, me lo dicen compañeros políticos, y me lo dicen compañeros de medios de comunicación:  necesitamos clics en la página web, me dicen, y los clips lo da el conflicto, el dolor y lo escabroso. Pero el desarrollo y el bienestar, siempre lo da el acuerdo y el entendimiento.

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